jueves, 1 de abril de 2010

Un día de insomnio...




Aquella noche de insomnio arrastrado por días y días creí estar volviéndome loco. El viento soplaba con fuerza y el frío se acentuaba al paso de los minutos. La ventana abierta permitía entrar a los fantasmas que asaltan con frecuencia el momento en que uno comienza a echar a andar el motor onírico, ese que aligera el pensamiento hasta convertirlo en imágenes sin pies, incoherentes, simultáneas y aceleradas a ritmos vertiginosos que motivan la ansiedad. Y es que en eso consiste el insomnio, es un instante de lucidez compuesto por los temores que uno lleva en la cabeza pero que los vuelve tan perfectos que parecen reales. El insomnio es un desorden de la imaginación, donde la muerte es lo imaginado.

La muerte se personifica en símbolos que la imaginación reproduce al grado de volverlos reales y el momento en que la vigilia se separa del mundo onírico se torna tan reales que uno duda acerca de la verdad de su existencia; a dos pasos de ahí esta la locura. Es un momento de parálisis dinámica, un momento de angustia y temor que detiene al cuerpo para que la mente tome su lugar. La imaginación logra recrear de un modo tan real la propia imagen corporal que es capaz de volverla ligera, acuosa, incluso gaseosa.

Esa noche, ya bien entrado el sosiego, entre todos estos ruidos producidos por el viento, el frío y el recuerdo, comenzó a destacar uno muy particular.

En las noche, cuando la vista humana es casi inútil, cuando los ojos son incapaces de percibir la realidad en colores y el sentido de la supervivencia se reduce a la percepción maniquea del blanco y del negro y del movimiento sin más, los otro sentidos se agudizan y en especial el oído. El mundo nocturno del desvelo es el mundo de los sonidos, son ellos quines echan a volar la imaginación, no cabe duda. Los ruidos son lo que hacen trabajar a la fantasía a ritmos insospechados.

Siempre que escucho un ruido poco particular me detengo a pensar en su origen, por lo general uno escucha el claxon de algún camión atrabancado cuyo conductor seguramente va borracho, el tráfico aéreo, los gemidos de alguna perra a quien le dan por el culo en la casa de enfrente, el llanto del niño recién nacido de la vecina, un bohemio que cruza por la calle acompañado de algún amigo con el que platica a carcajadas y a gritos desparpajados, los músicos más sublimes que hay en este mundo de concreto (los grillos), cuyas composiciones se dan de manera colectiva, y si uno se concentra en el ruido producido por unos 8 o 9 grillos llegará a escuchar la esencia del sonido; fluidez pura.

Todo esto pasa en las noches, pero aquella fue especial; nunca había escuchado el ruido de la angustia, nunca pensé que la angustia sonara de esa manera y aun sin saber que era lo que sonaba yo intuía que eso era algo vivo infestado de miedo. Dejé que sonara un rato sin hacer nada hasta que dieron la 5:00 am. En ese momento la vigilia se separaba da la ensoñación y mi cuerpo comenzaba a flotar en el aire, se despegaba de la cama mientras el ruido se hacía más insoportable y agudo. De repente logré ver la recámara en su totalidad y cual ser necesitado de luz me dirigí hacia el interruptor pero el foco no encendió, señal de que tenía que ser entregado por completo al mundo de los sonidos. Mi cuerpo yacía cadavérico acostado sobre la cama; lo miré y lo contemplé, nunca me observé a mi mismo tan indefenso. Pero eso no era lo que llamaba del todo mi atención, más lo hacía el ruido insoportable que provenía de algún rincón escudriñado en alguna esquina de la recámara. En seguida localicé el origen de ese ruido y se vertió sobre mi interior una desesperación sin antecedente; me comuniqué con aquel animal.

Dentro de una botella de agua de plástico vacía brillaba como luciérnaga una palomilla de la luz. El ruido producido era el de su incesante y desesperado aleteo por encontrar una salida extraviada y estrecha. La pregunta que me hice en ese momento fue acerca de la necesidad de encontrar una escapatoria que no esta en otro lugar que dentro de uno mismo; pero eso supone locura, pero aun así, no me bastó la idea de salir de uno mismo y que mejor mundo que el de verse encarcelado en una botella de agua para ser obligado a percibir cada aspecto de uno mismo. Sin embargo comprendí la necesidad del animalillo brillante y a la brevedad lo saqué de ahí. En seguida la luz del sol comenzó a pegar sobre mi rostro recostado; no hubo otro remedio que regresar al mundo de la vigilia. Aquella noche había logrado dormir unas cuantas horas y me convencí de que la locura estaba lejos aun de mi, de no ser así no hubiese otorgado la libertad a aquel ser diminuto dotado de alas y no hubiese decidido regresar a mi cuerpo en el momento en que la luz aparecía.; otro día más sin aceptar del todo la idea del encierro. Creo que aun tengo alas, pero la salida de la botella me corresponde a mi; no existe un ser que pueda despertarse y sacarme del encierro.

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